martes, 7 de octubre de 2008

Consejos

Dicen que Franco, -si, Franco el Generalísimo- solía recomendar a sus amistades que hiciesen como el y que no se metiesen en política. Un buen consejo sin duda.

Opinar o aconsejar cuando alguien acude a ti solicitandolo es un ejercicio de tremenda responsabilidad.

Al contrario que el Generalísimo, procuro no dar consejos, en realidad no me gusta nada hacerlo, solo sucumbo cuando la necesidad de la persona que tienes delante es manifiesta, manifiesta pero no de escuchar lo que tu opinas, sino de que le digas lo que quiere oír.

Hoy se me ha acercado una compañera pidiendome consejo. Sobre hombres ni mas ni menos. Cuestiones sentimentales. Se ha creído que porque soy un hombre entiendo los comportamientos de los de mi mismo sexo. Habitualmente no logro ni entender los mios propios como para entender los de los demás.

Todo empezó como siempre, pones cara de que te esta interesando mucho la historia, asientes, haces alguna pregunta reincidiendo en lo que te cuentan para no abrir nuevas vías, vuelves asentir. Hasta aquí sin problema. Pero llega el momento en el que te dicen... -y tu que harías?- o -que opinas?- Este es el momento mas delicado, debemos recordar siempre que la verdad tiene mil colores y generalmente no gusta escucharla cuando te toca la paleta cromática de los oscuros, así que lo mejor, como dice mi madre son las mentiras piadosas. Ella dice que ni tan siquiera son pecado, solo son para no hacer mas daño del preciso. Sueltas tu veredicto, serio pero a la vez cercano, con firmeza y ves como la expresión de los ojos de la buscadora de consejo -chica en este caso- va cambiando, deja esa angustia y se convierte en esperanza, en fe, su boca esboza una sonrisa y las preocupaciones dejan de serlo por un momento.

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